
Sentados ya en la Global de camino al puerto de La Estaca dejamos atrás las sinuosas carreteras herreñas y la hospitalidad de su gente. Fronteranos ha visto crecer, nos ha visto transformarnos en tan sólo cinco días. Nos vamos con una sensación agridulce, queremos seguir nuestro camino pero sentimos que el Hierro nos ha atrapado entre sus interminables paredes.
En esta isla hemos sentido como comienzan a forjarse las primeras raíces de esas amistades que esperamos que se conviertan en un robusto y frondoso bosque en un futuro cercano. Porque sí, la pequeña isla herreña ha sido, sin duda, el verdadero punto de inflexión y madurez en el viaje.
Hemos dejado nuestro grano de arena mediante diferentes colaboraciones ambientales y sociales como: encuentro con mayores de La Restinga, recogida de pinocha en Hoya del Morcillo, sendero adaptado junto a Incorpore Sano, clasificación de residuos y limpieza en el complejo ambiental de El Majano, entre otros.
Nuestras actividades nos llevaron a recorren toda la isla en nuestra Global con lo que pudimos descubrir diferentes rincones como La Maceta, El mirador de Jinama, La Restinga o La caleta.
Desde los más pequeños de El Hierro hasta los más mayores, pasando por los jóvenes adolescentes, vemos que la isla es una gran familia y así nos los transmiten vayamos al lugar que vayamos. Nos muestran cómo era la isla hace unos años, nos enseñan sus bailes típicos e incluso nos abren las puertas de su casa. Toda muestra de gratitud es poca.
En el Hierro hemos empezado a sentir de otra forma, a sentir mucho más profundo e intenso. A compartir un simple plato de pasta, un bocadillo, vivencias o momentos. No dejamos de sentirnos azules mientras el mar acaricia nuestros pies al mismo tiempo que el sol se esconde en el horizonte en la Playa de El Tacorón. Y poco a poco el tiempo se acaba, dejándonos con ganas de más, con la sensanción de que no ha sido suficiente. El Hierro se ha llevado un pedazo de nuestro corazón.




































